En Valladolid, su origen, se nos ha muerto Miguel Delibes, alma del castellano, con quien tanto aprendimos.
Sus restos descansan ya junto a los de su esposa, José Zorrilla, Vicente Escudero y Rosa Chacel en el Panteón de Vallisoletanos Ilustres del Cementerio del Carmen.
Clásico en vida, Don Miguel permanecerá en la historia literaria como ejemplo de concisión lingüística, de humanidad y de un difícil compromiso moral con su tiempo, ajeno a las alharacas y al sectarismo. Periodista, académico, escritor y ecologista avant la lettre supo ahondar como nadie en la complejidad de la naturaleza humana, apoyándose para ello en la realidad cambiante de su entorno.
Su producción narrativa se abre con La sombra del ciprés es alargada, ganadora del Premio Nadal en 1948. La cierra en 1998 El hereje, Premio Nacional de Narrativa 1999, apasionada defensa de la libertad de conciencia y testamento de amor a su ciudad natal. Durante el medio siglo que separa ambas obras, aparecerán El camino, Mi idolatrado hijo Sisí, La hoja roja, Las ratas, Cinco horas con Mario, El príncipe destronado, Señora de rojo sobre fondo gris, Los santos inocentes, Diario de un cazador, Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso y otros muchos títulos que son ya textos fundamentales de nuestras letras.
Jalonan la carrera del escritor prestigiosas distinciones, de las que entresacamos sólo algunas: Premio Fastenrath de la Real Academia Española (1957), Premio Nacional de la Crítica (1962), Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1982), Doctor Honoris Causa por la Universidad de Valladolid (1983), Premio de las Letras de Castilla y León (1984), Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia (1985), Premio Nacional de las Letras Españolas (1991) y Premio Miguel de Cervantes (1993).
Aceptó los reconocimientos con la humildad y sencillez que siempre muestran los grandes. La misma prodigiosa humildad por la que nunca esperó el Nobel de Literatura ni trabajó para conseguirlo, a pesar de ser un firme candidato y, sin duda, el que más lo mereció. Se nos ha marchado sin él, pero el perdedor ha sido el premio.
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